“El Conurbano es la belleza porque es el caos” Walter Lezcano
Introducción
En el siguiente artículo, titulado con un plagio a Michel Houllebecq, nos proponemos realizar una breve inmersión en el abordaje de las llamadas “editoriales artesanales”, que comienzan a aparecer con posterioridad a la crisis de 2001. Las consecuencias de los procesos de concentración y transnacionalización de la industria del libro en los años noventa, junto a la proliferación de las grandes cadenas de librerías, se traslucieron en una reconfiguración del campo editorial, con la emergencia de nuevos actores y estrategias que promovieron cambios en los modos de producción y circulación de los libros. Atendiendo a ello, proponemos plantear y fundamentar que la aparición, desarrollo y acción de estas editoriales -que actúan junto a escritores, encuadernadores, lectores y otros agentes- suscitan en principio una apertura del campo, en el sentido de que promueven su “democratización”, a la vez de que plantean nuevas reglas de juego que inciden en las legitimidades y jerarquías de las posiciones de los agentes en su interior. Sabemos que la justificación de esta hipótesis requeriría de un trabajo de investigación exhaustivo, lo cual escapa hoy a nuestras posibilidades. Por lo tanto, proponemos contribuir a este debate en torno al mundo editorial, a partir del análisis de las prácticas individuales y de las condiciones estructurales del campo que permitieron la expansión de numerosas editoriales llamadas “independientes” (Botto, 2006), dentro de las cuales las “artesanales” ocupan una porción considerable. Con ello nos proponemos poder pensar qué aportan estos pequeños emprendimientos.
Debemos a Weber el haber superado la desoladora reducción de la cultura a la estructura de clases y haber propuesto a cambio, que los productos de una clase adquieren una diversidad de formas relativamente autónomas con respecto a lo económico y lo político. Y debemos a Pierre Bourdieu haber retomado al sociólogo de Turingia mediante su teoría de los campos. Plantea la existencia de un espacio social institucionalizado que posee una autonomía respecto al poder económico y político, con lógicas de funcionamiento específicas. Esta autonomía no significa separación, sino que las reglas del campo económico se resignifican dentro de otro campo; en nuestro caso, el editorial. Las distintas posiciones de los agentes con respecto a la desigual posesión de capital económico, simbólico, cultural, permiten configurar legitimidades y habilitaciones que definen una jerarquía en su interior. A partir de estas consideraciones teóricas, agregamos dos observaciones de Bourdieu: La primera considera que el libro, en tanto bien cultural, opera a la vez como mercancía y como bien simbólico. La segunda, propone pensar al editor como un personaje doble, que debe mediar entre el arte y el dinero. Estas cuestiones se encuentran en estrecha conexión con nuestro objeto de estudio, ya que hablamos de editores y libros que escapan al circuito mainstream. Sostenemos que hay un trabajo del campo sobre el proyecto, sobre la obra, sobre los editores y sobre los autores. Reconocemos estas influencias y condicionamientos estructurales, pero no debemos dejar de lado los momentos instituyentes de estas prácticas, que sostenemos, amplían y lo complejizan. Estas prácticas se ven reflejadas en la emergencia de una forma de “activismo cultural”, que “se vale de diferentes estrategias para la generación de relaciones sociales y redes colaborativas al interior de la cultura literaria” (Vanoli, 2009, p. 16). Estas redes y relaciones sociales que trataremos de problematizar son las que desde nuestro punto de vista aportan una cierta democratización al campo que se reconfigura.
Aproximándonos a las editoriales artesanales. Debate sobre la “independencia”
Según Sol Tiscornia (2010) en su artículo para la revista Ñ, las editoriales artesanales se diferencian de las demás, en tanto fabrican sus libros “a mano”; es decir, “que cortan el papel, lo pegan, lo cosen y lo diseñan, además de pensar y elegir con qué palabras rellenarlo (…) [y que] ingresaron al mercado editorial valiéndose de su capacidad para encuadernar y autogestionarse”. Esta es tan sólo una primera aproximación que puede ayudarnos a ubicar dentro de esta categorización a algunos emprendimientos, dentro de un campo ampliamente heterogéneo. Podríamos mencionar como ejemplos a Eloísa Cartonera, Clase turista, Colección Chapita, Funesiana, Mancha de aceite, entre otras. Es importante resaltar que estas editoriales publican casi exclusivamente narrativa y también poesía, y sus exponentes son mayoritariamente jóvenes escritores desconocidos en el circuito literario hegemónico, salvo algunas excepciones.
Dentro de la heterogeneidad del campo editorial se puede pensar a las artesanales como una variante en el mundo de las llamadas “editoriales independientes”. El concepto de independencia en las editoriales es una cuestión a problematizar, y en este trabajo sólo haremos algunas referencias para abrir el debate. En el catálogo oficial de Editoriales Independientes de la ciudad de Buenos Aires (2010), la “independencia” aparece homologada a la procedencia y composición del capital de las empresas. Se iguala la categorización de “editorial independiente” a “pequeñas y medianas empresas”, que el Estado debería promover para profundizar su desarrollo económico en tanto empresas, con una visión de mercado que no dejaría de lado su costado “cultural”. Los emprendimientos que abordamos en este trabajo son muy diferentes -y hasta ajenos- a este perfil puramente mercantil, planteado desde la Dirección General de Industrias Creativas del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Según De Diego (2010) los abaratamientos de los costos de producción por las nuevas tecnologías y la digitalización permiten el funcionamiento de una editorial incluso trabajando solamente con una computadora en un departamento. El autor afirma que las llamadas editoriales independientes afloran como consecuencia y contrapartida de la transnacionalización y concentración de las empresas editoriales nacionales a partir de la década del noventa. Estos procesos desembocaron en un mercado controlado por las grandes empresas extranjeras, entre las cuales los grupos Planeta y Random House Mondadori -con sus múltiples sellos- y otros grupos transnacionales, pasaron a concentrar la mayor parte de las ventas y producción. Al mismo, a finales de los años noventa y fuertemente luego de la crisis de 2001, emergieron una serie de emprendimientos editoriales pequeños con capital nacional que complejizaron el campo en su conjunto (Botto, 2006). Con algunos puntos en común con la tradición editorial independiente de los años sesenta, se suele afirmar que estas editoriales apuntaron a los “nichos” que los grandes grupos no contemplaron. De Diego plantea que “los editores independientes funcionan como lectores para el gran mercado. Sin embargo ellos no tienen como objetivo competir ni hacer grandes tiradas (…) Se transforman muchas veces en proyectos puramente culturales y dejan de lado las expectativas económicas”. Aquí el investigador refiere a la competencia en términos económicos. Pero todas las editoriales ingresan, de alguna manera, al circuito del mercado. Al pertenecer al campo editorial en su conjunto, cada una actúa desde posiciones y tomas de posición determinadas. Hay diferentes tiradas, diferentes aspiraciones: proyectos más comerciales, proyectos más “literarios”. Pero, en tanto campo, todas las editoriales, incluidas las artesanales acceden a mercados y plantean estrategias que apuntan a encontrarse con el lector. Según Diego Grillo Trubba (2007), el acceso al lector (que genera una comunión entre la acción de escribir y el acceso a ese producto escrito) es uno de los puntos en común entre los editores, tanto los de una transnacional, como los de la pequeña editorial. Estas últimas se caracterizan por tener una relación cercana al proceso de producción, una tirada pequeña y poco margen de ganancia. Pero no todas las llamadas “independientes” funcionan de la misma manera. Por lo tanto, sería necesaria una profundización del debate acerca del concepto de independencia para una editorial, como propone Vanoli (2009). Como una de las posibles respuestas tentativas podríamos plantear que la “independencia” se ejerce con respecto a los condicionamientos que exigen los grandes editores para sus productos “vendibles” en el mercado de libros mainstream. Independencia de contenido. Claramente las artesanales cumplen con este juicio, pero además de ello, sus libros circulan por espacios alternativos de distribución y reconocimiento, por fuera de las grandes cadenas de librerías y la Feria del Libro que se realiza anualmente en La Rural.
Nuevas reglas, nuevos espacios
Retomando de alguna manera al aún vigente trabajo de Adorno y Horkheimer sobre la industria cultural –en el que se plantea cómo la lógica de mercado sobreimprime la totalidad de las prácticas y producciones culturales, ordenándolas y re-significándolas- podemos echar una mirada sobre las editoriales artesanales, como una nueva configuración en el campo de la producción literaria. Sostenemos que debemos tratar al fenómeno con una mirada más compleja que tan sólo como un movimiento de “poetas y narradores que se apropiaron del derecho a publicar y que se debaten entre ser la consecuencia rebelde de una industria editorial que los dejó afuera o la consagración del deseo de experimentar el texto desde su materialidad y desde el placer, para revalorizar al libro como objeto y espacio fundamental de la literatura”, como se sostiene en el artículo de Tiscornia (2010).
La posibilidad de pensar estas formas de editorial como “estrategias de campo”, como un sistema de significaciones que constituyen parte de procesos instituyentes de nuevas prácticas en la competencia por la apropiación y legitimación de capital cultural, nos permite recuperar no sólo la posibilidad de desnaturalizar la mirada cristalizante/sacralizante que aún persiste sobre los espacios, procesos y relaciones producción artística, sino que además nos permite recuperar la posibilidad de la crítica desde un análisis de las instituciones que producen la emergencia de nuevos procesos de producción y circulación de la cultura (como capital). Nos referimos a instituciones en tanto un proceso que fue asentándose y devenido en las prácticas que se realizan en estos emprendimientos y actividades que llevan a cabo, que marcan nuevas reglas de juego en el campo editorial.
Las editoriales artesanales, en tanto nuevas instituciones dentro del campo de la producción literaria, operan como una nueva “regla de juego”, que tiende a reducir la incertidumbre de determinados actores, en un proceso que podríamos denominar “democrático” en tanto posibilita que todos los actores tengan la posibilidad efectiva de actuar como productores/editores. Estas instituciones proporcionan estructuras o marcos tendientes a la legitimación y la estabilidad, aunque no necesariamente de forma eficiente, permitiendo intervenir en la interacción dentro del campo y afectar el desempeño de los otros actores. Por otro lado, estas nuevas prácticas permiten la formación de verdaderas comunidades de lectura, un “activismo cultural” que le suma al campo literario nuevos actores-productores.
Los editores artesanales se piensan a sí mismos dentro del campo, como en una posición en disputa. Disputa contra los grandes sellos, contra la subordinación del autor al editor con perfil comercial, contra los condicionamientos de los espacios de distribución tradicionales (como la Feria del Libro y las grandes cadenas de librerías), en definitiva, contra los espacios hegemónicos del campo editorial. Se propusieron crear y difundir nuevos espacios, publicar autores desconocidos para la crítica de los suplementos culturales, publicar en la “periferia”, fuera de los circuitos tradicionales y promover la edición artesanal en todo el país como una forma de militancia literaria. Puede plantearse que forman un grupo dentro del campo editorial, en el que además de generar nuevas producciones, los lectores, encuadernadores, editores y escritores se reúnen a leer, presentar e intercambiar sus escritos en espacios culturales -encuentros que son los principales canales de venta- y debatir acerca de esta literatura. Funcionan como espacios de sociabilidad además de como mercado de bienes simbólicos.
En la presentación del dossier se plantea, en una aproximación a estas editoriales, la existencia de una “contra-lógica destinada a producir por fuera o en oposición al mercado y a recuperar el “aura” perdida del libro a partir de su producción como objeto artístico”. Sin embargo, no creemos que estas editoriales se encuentren por fuera del mercado. Por lo dicho anteriormente, toda editorial apunta a un mercado de lectores. La discusión sería si hay un sólo tipo de mercado, y podríamos contestar negativamente. Las artesanales no aspiran a ser vendidas en el stand principal de la Feria Internacional del Libro de La Rural. En el interior del campo editorial, cada editorial ocupa, siguiendo a Bourdieu (2009) y su concepto de “homología estructural”, una posición determinada, en un momento dado, que varía de acuerdo a la distribución de capital (tanto simbólico, como económico), y de los poderes que estos agentes tienen sobre el campo: poderes de habilitación, de reconocimiento, de legitimidad otorgada por dicho espacio social institucionalizado. Las artesanales tienen su lugar en el campo, ganado tras una batalla. Este es el mencionado circuito ubicado en la periferia de los espacios hegemónicos. Y como afirmamos recién, éstos no funcionan solamente como mercado comercial. Como dicen Sonia Budassi, Félix Bruzzone, Violeta Gorodischer y Hernán Vanoli (2007), editores de Tamarisco, son “espacios de encuentro y de generación de comunidades de lectura”, más que una industria cultural. Mercado implica intercambio: económico, simbólico…
Intentaremos ilustrar esto brevemente. En una presentación realizada en agosto de 2010, en un subsuelo de un bar del barrio porteño de Almagro, se convocó a los lectores -principalmente a través de blogs de las editoriales- a una lectura, presentación, debate y venta de libros de dos editoriales artesanales: Mancha de Aceite y La Funesiana. Mientras en un sector lateral se proyectaban imágenes del proceso de encuadernación y producción de uno de los libros a ser presentado, en el otro extremo se exhibían los libros que serían presentados, junto a otros títulos de estas editoriales artesanales. Editores, escritores, lectores, editores-escritores-lectores intercambiaban palabras y libros. En esta instancia el libro opera como el bien a ser intercambiado, pero bajo una lógica que trata de correrse de lo puramente mercantil. Éstas presentaciones -junto a la Feria del Libro Independiente y Alternativa, FLIA(1)- son casi los únicos puntos de venta, ya que por su poco capital económico, los editores no pueden entregar los libros en consignación a librerías. Todo se maneja en firme y sin comisión para el librero, lo que impide otros canales de distribución. En el transcurso de la presentación, expusieron los editores, comentaristas y por último, los autores leyeron fragmentos de sus libros. Se hizo alusión a la experiencia en los proyectos, con un énfasis en la difusión de la actividad literaria y sobre todo de la promoción de estas prácticas autogestivas de emprendimientos editoriales en nuevos espacios. Luego del fin de la presentación formal y del anuncio de que los libros vendidos agotaban la primera tirada, se profundizó el momento de intercambio y encuentro entre los presentes.
Podemos afirmar que estos proyectos editoriales participan de una nueva forma de activismo cultural. Las condiciones estructurales del campo a partir de las transformaciones posteriores al 2001, la digitalización, la mayor flexibilidad entre las barreras de lo “literario”, el recurso de prácticas artesanales frente a una industria cultural totalizante, permiten el surgimiento de estas prácticas disruptivas. Las presentaciones y ferias mencionadas, funcionan como “principios organizadores de comunidades de lectura no cerradas, entreveradas y articuladas en el espacio virtual” (Vanoli 2009, p. 16). Esta es una veta fundamental de lo que queremos plantear como una mayor democratización del campo: la repetición de prácticas abiertas (que se institucionalizan), que crean nuevos espacios de intercambio que enriquecen el campo y lo amplían a nuevos productores que en otras condiciones estarían relegados. La baja en los costos de edición y las facilidades que brinda internet, también inciden en los modos de producción, circulación y consumo. No sólo funcionan como espacio de encuentro y difusión de las actividades, sino también como espacio de publicación mediante los blogs y redes sociales.
Consideraciones finales
En su trabajo sobre la emergencia de Sartre como “intelectual total” en Francia, Boschetti plantea que “Por desprecio de la lógica económica que trata a los bienes culturales como una mercancía, los productores que aspiran a la autonomía tienden a oponerse a la gran producción y a formar un circuito restringido…” (Boschetti, 1990, p. 8). Por nuestra parte, planteamos que la posibilidad de que estos circuitos generados por la participación de las editoriales artesanales y otros emprendimientos literarios aparezcan como lugares limitados o reducidos, es un riesgo a tener en consideración. En la lucha cultural estos actores intentan expandirse y superar las limitaciones que comprenden los espacios hegemónicos. A través de estas luchas, se lograron institucionalizar nuevos espacios reconocidos como legítimos, en los que autores desconocidos por la crítica de los suplementos (y otros autores que fluctúan entre los espacios mainstream y los abordados aquí) tienen la posibilidad de publicar sus trabajos con un valor cultural particular. Con ellas se generan nuevas comunidades de lectores, escritores y editores, espacios de sociabilidad muy valiosos para la producción literaria y para la emergencia de nuevos proyectos editoriales. De modo que sería importante por parte de estos actores una ampliación de sus proyectos y una mayor difusión de sus espacios, valiéndose de diversos recursos, entre ellos las herramientas que provee la web, ante el riesgo del enclaustramiento.
Es de destacar la importancia de estas editoriales surgidas tras la crisis del 2001. Al generar una estética propia, de contenidos literarios que relatan prácticas y formas de vida de los sectores populares, a través de una propuesta artística original, lograron inscribirse dentro del campo editorial y disputar legitimidad dentro del mismo. Creemos que reconociendo críticamente cuales son los condicionamientos a los que se enfrentan, éstos pueden ser sorteados colectiva y creativamente.
Para concluir nos gustaría volver a aludir a la presentación que antes mencionábamos y recordar a Walter Lezcano, miembro de la Editorial Mancha de Aceite y su lectura del texto “Los libros y la vida. O de como un negro cabeza armó una editorial”: “Llegué a San Francisco Solano cuando tenía diez años. Tengo treinta y uno y puedo decir una verdad: nunca me voy a ir de ahí. Lo digo porque tengo una identidad, vengo de un lugar que todavía aparece en el mapa y eso le dio un marco a ese vidrio por el que miro la realidad”. Creemos que las inscripciones que estos escritores y editores plasman en el contenido y formas, desde su ubicación dentro del espacio social, le confieren al campo un sentido propio e innovador. Y que si bien debe pensarse el desafío de superar un posible enclaustramiento, sus prácticas demuestran dirigirse hacia un camino diferente: los escritores-lectores-editores se encuentran, discuten, comparten, enseñan a encuadernar en barrios populares, organizan ferias en circuitos alternativos incluyendo también al conurbano bonaerense. De modo que estas “Escrituras de la periferia” objetivadas en libros por las “editoriales de la periferia”, han avanzado sobre los límites del campo editorial generando espacios democratizantes y militantes.
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