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Sobre la Alicia de Burton, y la Alicia de Carroll
(u otra vez ese problema: cine y literatura)
Edgardo Scott*

De chico me entusiasmaba que se hicieran películas con las cosas que leía, o que veía en televisión. Recuerdo Superman, recuerdo leer Moby Dick y encontrar algún grato parecido (tenía 8 años) con Tiburón. Y recuerdo justamente mi ansiedad previa al estreno de Batman. La Batman de 1989, la primera Batman moderna, la Batman de Tim Burton. Me fascinaba (y me fascina) aquel Batman por fin verdaderamente gótico, tan oscuro y distinto a los dos Batman que había visto hasta entonces: el Batman psicodélico, medio policía y filósofo del gordito Adam West, y el batman de los dibujitos, de los Superamigos, demasiado ingenuo y lineal. El Batman de Burton, en cambio, venía de la mano de Prince, Burton tenía el look dark de Robert Smith, yo había visto Beetlejuice, en definitiva, se daban las condiciones necesarias para que fuera (y lo fue) todo un acontecimiento y toda una ruptura para mí. Estimo que a varios de mi generación les pudo haber sucedido algo similar. Ese Batman para mí es Batman; no el de las historietas, no el de la serie, no el de los dibujitos animados.
Pero de grande, siempre me desalentó que se hicieran películas con los libros. Siempre lo sentí como una duplicación innecesaria. Sin importar que se tratara de Boquitas pintadas, de Lolita, de El astillero, de Pantaleón y las visitadoras, de El resplandor, de La peste, de Bajo el volcán. Comprendo que no es tan así, que es un rechazo demasiado compulsivo y radical, producto de tantas malas experiencias. Sé que, si bien las menos, se han hecho buenas películas a partir de algunos libros. El ejemplo que enseguida me viene a la memoria es Drácula. Las películas de Murnau, de Herzog o de Coppola incluso, me parecen todas, por distintos y opinables motivos, superiores al libro de Bram Stocker. Y ni hablar de Clockwork orange, o La Naranja mecánica.
Creo que fueron los estudios Disney los que masivizaron la idea de que los cuentos se podían llevar al cine. Así, Blancanieves, La Cenicienta, La Bella durmiente, Peter Pan, y tantos otros, se adaptaron para ese fin comercial, la mayoría de las veces con una distorsión notable de las formas y sentidos originales. Alice in wonderland, de Lewis Carroll (para nosotros, Alicia en el país de las maravillas) también pasó por Disney tempranamente, también se la adaptó para que pudiera ser un cuento, también devino entonces una fabulita de jardín de infantes con muñequitos para decorar las tortas y habitaciones de los niños. Y ahora vuelve a pasar por Disney, o a través de Disney, pero ocurre un hecho nada menor: antes la pervierte, jugando como doble agente, el ojo de Tim Burton. Que quede claro, Burton pervierte a la Alicia de Disney, no a la de Carroll, en la que si se quiere, se basa. Con el texto de Carroll entabla otro tipo de relación, una relación más compleja.
¿Que hizo Tim Burton con aquel libro? Hizo, una vez más, a partir de aquel libro. La imaginación de Burton parece que funcionara nutriéndose de modelos previos. Como Warhol con algunas fotografías, como Keith Jarret o Adrián Iaies tomando para el jazz canciones populares del rock o del tango, Tim Burton inventa sus versiones de cuentos o historias viejas, o de personajes célebres. En verdad, después de ver un par de veces Alicia, y más allá de los personajes, Burton crea todo, no sigue para nada al libro de Carroll, y menos la versión animada de Disney. Retiene, apenas, el momento de pasaje al otro lado, cuando Alicia vuelve a perseguir al conejo blanco y vuelve a caer en el pozo que la lleva, después de agrandarse y encogerse, a la tierra extraña. Y no mucho más. La trama de la Alicia de Burton no tiene nada que ver con la Alicia de Lewis Carroll. Hay una continuidad sugerida (y acaso un tanto forzada, esa obligación de la trama), una intención de saga (Alicia es más grande, se está por casar, y vuelve a su país de ensueño, donde a su vez, acaso como en su vida, está por ocurrir una pesadilla). Pero lo importante es que Alicia en el país de las maravillas incluye varias de las insistencias del director, ya exhibidas en otras películas suyas: el contraste entre el mundo frívolo, colorido, y el mundo oscuro (El joven manos de tijera, Charlie y la fábrica de chocolate). La propensión de ciertas singularidades a la misantropía (El jinete sin cabeza, Ed Wood). Y sobre todo cierta idea clásica de ubicar al amor y a la verdad como antídotos o paliativos contra la brutalidad y la ira, que suelen gobernarlo todo.
El libro de Carroll es otra cosa. La Alicia de Carroll escribe el malentendido y el absurdo. Parte de la integración hacia la desintegración. Es cierto que en las dos Alicias, algo que Burton comparte con el autor inglés es la inclinación, a la hora de escribir algunas escenas, por el humor, y por un humor oblicuo, la discreción del humor absurdo. Y también comparte el desprecio burlón por la intolerancia, por cierto fascismo insensato y vulgar. Los dos, Carroll y Burton, ubican como enemiga a esa déspota irrisoria, esa reina que ante todo y todos reclama “que le corten la cabeza”.
Cada película de Burton me ha dejado alguna escena inolvidable. El Guasón sacando el interminable revólver de su bolsillo (Batman); la hermosa madre de Ichabod Crane, martirizada frente al niño, o aquel árbol que supuraba sangre (Sleepy hollow); el padre fallido, incorregible y vital, transformándose en gran pez (The big fish); el joven oscuro, uniformado ultradark en el asado con los vecinos kitsch (Edward Scissorhands). De esta, seguro, recordaré para siempre, el foso repleto de cabezas exangües y a Alicia saltando como en una rayuela para acceder al castillo, o el pasaje de la lucidez a la locura del sombrerero, cuando su tierra y su oficio han sido devastados. No me hizo ni me hará acordar del libro de Carroll, no hace falta tampoco, aunque también, y por otros motivos, me resulte inolvidable.

*Autor
Edgardo Scott nació en Lanús en 1978. En 2004 ganó el premio Lebensohn, de “Cuento breve”. En 2005 fundó junto a otros escritores Alejandría, grupo de narradores del cual es integrante hasta la fecha. Con Alejandría y gracias a una beca del Fondo Nacional de las Artes, en 2007 realizó la antología El impulso nocturno. En 2008 publicó Tres mundos, una antología con textos breves de narrativa junto a Clara Anich y Juan José Burzi. También en 2008, por la Edulp (Editorial de la Universidad de La Plata) publicó la novela breve No basta que mires, no basta que creas. Es colaborador en distintas revistas literarias, tanto gráficas como virtuales. En 2010 acaba de salir Los refugios, su primer libro de cuentos.