Tapa de sol
Sergio Rienzi


Tapa de sol, de Laura Estrin.
(Añosluz, 2013)


Tomo tres poemas del libro, y arranco:

“ De qué hablo.
Cuánto cuestan las palabras.
Ahí empiezo. Vuelvo “.

“Será porque quiero un piso mojado,
si todo se abre:
el gris de la tormenta
en el cielo de los árboles,
Línea Maginot,
hilo de otros nombres
-como le pone Thonis al chico francés “

“ Como un espiral
uno se hace un hueco
porque está solo “.

Y debe ser así, que uno está solo, y en la escritura está solo. Pero lo cierto es que esto es mentira. Laura lo sabe. Laura es una corresponsal. Tapa de sol es Código Morse. Rayas y puntos desde señales telegráficas, rayas y puntos forman letras que tapan el sol. Laura escribe cartas al aire, cruza correspondencias todo el tiempo, y arma, diagrama y mapea un diario entre esas notas que cruza con amigos. Son muchas. Todo eso va formando una madeja que después hay que desenrollar como un ovillo para leerla. Habrá otros que estarán solos cuando escriben, ella no lo está. Podrá sentirse así a veces, pero ella no lo está. Tapa de sol muestra y ratifica un poco todo esto.

Tapa de sol es el libro más hermoso que escribió Laura Estrin. También están Alles Ding, Parque Chacabuco, junto con Animas que se sigue escribiendo y que será un libro que se las trae: tiene más nombres. Tapa de sol es un libro de ritmo ininterrumpido, con melodías, escansiones, con mañanas, con el andar y el desandar de una cajita musical que riellora, un cancionero del día a día que te deja patas para arriba, porque Laura va deshojando días y noches, margaritas descarnadas.

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Entonces es como vivir en la piel, dos heridas; una herida forma una película en la matriz de punto de la piel hasta que regenera, entonces se vive entre dos pieles y una libreta de notas, y pliegues que escarban por donde hay que escarbar porque el sol está ahí atestiguando, pliegues que escarban la piel, las dos pieles, la libreta de notas, pliegues que buscan una estación y un desde entonces.

Laura a veces hace un registro, toma nota de coordenadas, pero esta vez soy yo quien registra, quien hace un línea de sus pasos: así cuando cuenta que al entrar en una joyería a las diez y diez de la mañana, en punto, matriz de punto, descubrirá que los relojes están todos alineados a las diez y diez, en punto, porque es la única manera en que se luce la marca y el número doce que es emblema: pero que justo sea que entre a las diez y diez, y vea a todos en las diez y diez, es una coincidencia espacio-temporal o un accidente geográfico en la geodésica de la ciudad.

“Sigo con las coordenadas. Tomo nota de coordenadas, son mías, de sucesos en espacio-tiempo: ocho treinta Mataderos, Osvaldito sin brújula trapea el piso sucio del bar con muchas ganas y los dedos fríos, la boliviana del superchino de enfrente a las ocho treinta Mataderos empieza a meter ella sola (manos frías) cada uno de los cajones de lechuga, los de naranja, los tomates perita, cajones enteros de frutas y verduras adentro, adentro del chino. El paisaje tiene fechahora: y cronología fina de cuerpos. “

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Hay una cita de Aira que encontré en Fragmentos de un diario en los Alpes que vuelve cuando leo Tapa de sol: “En un libro que leí hace poco una investigadora desarrolla la tesis de que Balzac, el gran realista, nunca escribió sobre la realidad tal como la percibía directamente sino mediada por el arte, serio o popular, por los discursos literarios, periodístico, jurídico, político, etc. Cuando describe un paisaje, está pensando en los cuadros de algún pintor, y si son vistas de Paris, las ve a través de estampas o dibujos de algún ilustrador favorito “. Como dice Aira acerca de Balzac, que pintaba paisajes, que era escritor-paisajista, Laura Estrin también lo es. Cada uno escribe desde su cárcel real, verdaderos Mataderos, y trata de liberarse de ella como sea. Es el precio que hay que pagar a la libertad para ser más libre un poco. Pero lo cierto, lo cierto es que nunca podrán atraparnos. Si queda una ventana para ver, el ojo se pone inquieto, se mece, se hamaca solito, y hace lo suyo con el oído, y las notas se empiezan a armar.

Me parece que son tiempos en que todos hablan de ritmo y a veces sólo se trata del yeite de un traqueteo. Laura Estrin es creadora de cajitas musicales arrítmicas. El hilo conductor no se ve pero deja cicatriz al leerlo, y se lo puede bailar. Se puede. Libro chiquito, ligero, liviano, contundente, para mochilas de viajes y de viajeros. Sería injusto, imprudente, llamarlo de bolsillo. En todo caso, podría ser libro de sacones rusos. Pero no. Ni siquiera. Más bien es libro ligero de viajes, libro de olores, de itinerarios, de trayectos inconclusos, de escenas y episodios mínimos de sol, cuando lo más mínimo en Laura Estrin es todo un mundo, Alles Ding (todas las cosas). Un libro-enredadera que crece de noche, engorda sus 63 finas páginas, ahí es cuando el libro se adensa, caprichosamente.

Una última consideración para el viaje: En el caso de estar perdido en la montaña, con sol de frente, Tapa de sol no sirve para ocultar reflejos, esos haces de sol impertinentes, el libro no recuerda más que sus itinerarios, hace su propia panorámica.
*Reseñador
Sergio Rienzi nació en 1982, y lleva publicados dos libros de cuentos llamados Todo se escurre y Un lugar para mi mascara y un libro de poemas titulado Paisajes del vivero, que fue publicado a fines del 2009.